Relatos de un roadtrip
La ruta y ese no sé qué de libertad. Esa confortable sensación de avanzar sin mirar atrás. Es el espíritu rebelde que avanza, que atraviesa caminos. Broome, al noroeste de Australia, como punto inicial y Darwin la ciudad emblemática del norte de Australia, famosa por los cocodrilos, las arañas y otros animales exóticos como punto final.
La nada misma es la manera más simple de definir este camino. Sin embargo, es esa falta de distracciones que la hace fantástica. La monotonía de la recta, ansiando la curva. El rojizo al costado del pavimento, la imponencia de los troncos anchos en forma de botellón de los árboles grisáceos. Rocas gigantes que emergen y desaparecen alterando el paisaje. La fraternidad con los camiones, casas rodantes y 4x4 que espaciadamente aparecen
Amigarse con la idea de esquivar canguros muertos sobre la ruta, bocinear a los pajarracos que revolotean el cadáver, preguntarse qué habrá sido de aquel que perdió un neumático y como símbolo lo colgó de una rama. Alarmarse con las vacas que cruzan la calle domingueando. Anhelar que el precio de la nafta, en el próximo pueblo fantasma, sea al menos un centavo menor que en el del anterior.
Frenar en la ruta. Tener los labios rotos, sentir la constante sequedad en la boca y el sol rajante sobre la cabeza. Dar pasos en un suelo que abruma. Dormir en las recomendadas áreas de descanso. Ser solo y ser parte. Parte de una comunidad de otros que llegan con el mismo propósito; descansar para seguir, pero en esa pausa hay historias. Hay parejas de sesenta añeros que recorren su país en casa rodante. Hay camioneros que festejan el fin de su jornada laboral con una cerveza helada. Hay jóvenes viajeros con chatas refaccionadas. Hay conversaciones y sonidos de la naturaleza. También hay un silencio apabullante. Hay un cielo enloquecedor, inmenso de esos que cuesta apagar.
Hay un destino, pero es el recorrido.
